Al referirse los historiadores de la música mexicana a los comienzos de la música popular en México, indican al año 1785 como el de la primera salida pública de los llamados “sonecitos del país” durante el gobierno del virrey Bernardo de Gálvez y Madrid. Desde aquel momento se fue abriendo durante el siglo siguiente un vasto abanico de estilos y géneros musicales autóctonos, como jaranas, huapangos, valses o corridos. Con el inicio del siglo XX, y principalmente desde los años 30, aparecen nuevos estilos de música que se ganan rápidamente gran favor del público y se van apoderando del continente americano. Estas canciones lograron obtener una gran popularidad y llegaron a ejercer notable influencia en la cultura latinoamericana. Se trata de los tangos, boleros y de las rancheras que se difunden velozmente por los hogares latinoamericanos gracias a los nuevos inventos de la época, el cine y la radio.
Pero, ¿qué es lo que convierte una manifestación cultural en “popular”? Comenta García Medina: “Más allá del concepto oficial, viene siendo aquello que es favorecido, consentido, venerado y promovido por la misma gente; que se ha enraizado en el pueblo, que es creado o adoptado como propio, y que juega un papel importante en la cultura. Así, al hablar de música y canciones urbanas populares, nos referimos a aquellas que en nuestras calles (…) tuvieron, y tienen, tanta presencia, que al hablar de ellas, estemos refiriéndonos a nuestra biografía común.”
Los origenes de la ranchera hay que buscarlos en la canción campirana del siglo XIX, pero no es hasta los años treinta que llega a cobrar mayor imporancia al llegar los músicos autóctonos a la urbe en el contexto de los cambios sociopolíticos en la sociedad mexicana. Aunque las rancheras modernas tengan sus autores, los medios por los que se expresa se asemejan mucho a las composiciones populares líricas. Al fijarse en las letras de las canciones rancheras no se puede dejar de pensar en su origen popular; externamente los elementos que recuerdan las composiciones líricas son su brevedad, ritmo, uso de rimas, división estrófica y empleo de estribillo. Y no es solamente por su forma externa, sino también, por la temática y los motivos con los que trabaja. Las voces de los más conocidos y apreciados compositores y cantantes como Javier Solís, Pedro Infante, Jorge Negrete o José Alfredo Jiménez cantan lo que le preocupa y alegra al hombre desde tiempos eternos: los amores y desamores, las obligaciones laborales y la situación económica, el qué dirán, y, no se nos olvide, la tortuosa relación del hombre con el alcohol.
La canción ranchera: origen, estética y recursos del género
La denominación ranchera proviene de la palabra rancho que en contexto mexicano significa una finca grande en el campo con latifundios adjuntos, que, parcialmente, se inspira en los cortijos andaluces. La ranchera representa uno de los más señalados géneros de la música mexicana de raíz popular. Sus orígenes datan del siglo XIX cuando evoluciona de la tradicional música campirana cobrando fuerzas especialmente tras la Revolución Mexicana. Logró su fama en Latinoamérica gracias a los grupos de mariachis, cuya tradición floreció en el siglo XX, y a la influyente industria cinematográfica. El cine mexicano, que en las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta vivió su etapa de auge, se aprovechó de las melodias y letras enganchadoras de estas composiciones y las usó para imprimir a las escenas un espíritu “típicamente mexicano y rural.”
La ranchera llegó a constituir un género musical independiente, con sus características dadas y una tradición instaurada entre la gente. Tiene un ritmo de ¾ semejante al vals y en la letra de las canciones encuentra inspiración en los sentimientos y los problemas cotidianos de la comunidad rural y urbana mexicana.
Monsivás añade al respecto: “En su adjetivo, la canción ranchera elige el estilo y la calidad de las emociones al alcance de su auditorio y opta por aquellas inscritas en la idea del “rancho“, de lo anterior a lo industrial y lo tecnológico. El rancho: cuando la gente gozaba y sufría (en medio de la naturaleza) pasiones en serio, impulsos propios de la vida al aire libre sin adornos o recatamientos, fulgores como el despecho, la venganza, la confesión de abandono, el espectáculo en un acto de capricho o la depresión.“15 De hecho, las canciones rancheras reflejan las emociones de la gente, sea de la ciudad, sea del campo, y sus preocupaciones diarias. Abundan en ellas temas que giran en torno del amor y desamor y los sentimientos correlacionados, pero también temas más existenciales, como dudas acerca del futuro del hombre, la oposición entre el campo y la ciudad, y otros. Al igual encontramos un ciclo dedicado al trabajo que incluye las relaciones entre el peón y el patrón. Por otro lado, aparecen ciclos dedicados a las fiestas en el vecindario, o canciones patriotas que cantan a la tierra mexicana, su gente y su paisaje.
En cuanto al aspecto formal, se trata de composiciones que siguen la métrica y los recursos propios de la poesía popular, o sea, emplean metros regulares con rima varia y regular. El verso predominante es octosílabo, aunque encontramos variantes. Usualmente, las canciones rancheras cuentan con un estribillo o un moto que se repite que lo ligan también a la herencia de la poesía popular. A nivel de figuras retóricas, en las letras de las rancheras son empleadas las más sencillas, como las repeticiones, contradicciones o metáforas elementales que igualmente conocemos de la lírica popular.